Un mainstream dominado por el reggaetón, un nuevo pop alternativo modelado por sonidos ochenteros, un rock atrincherado en pequeños sellos independientes y una creciente inserción de sonoridades locales en la electrónica fueron las tendencias que marcaron la música popular urbana en el Perú a lo largo de los últimos cinco años.
Los últimos cinco años han sido un periodo de reconfiguración para la música popular urbana en el Perú. En el mainstream o circuito comercial –el Top 100 de las emisoras de radio– la cumbia y la salsa cedieron parte de su tradicional dominio al reggaetón, el género de música electrónica de baile proveniente del caribe que hoy prospera en la industria discográfica estadounidense y que, aceptémoslo de una vez, ha terminado por desplazar al rock como el género transnacional más popular entre los jóvenes peruanos. El reggaetón ejerció, además, una innegable fuerza gravitacional sobre un puñado de artistas que solían ser asociados con otros géneros musicales. Así, desde mediados de la década pasada, fuimos testigos de cómo estrellas del huayno comercial y del rock moderno echaban mano del dembow –el patrón rítmico característico del reggaetón– para convertirlo en la base de sus nuevas producciones. Si bien algunos grupos emblemáticos del rock peruano fueron sobrepasados por este cambio de paradigma y optaron por el silencio, una nueva generación de rockeros ignoró las presiones del circuito comercial y generó pequeños nichos para sus propuestas. Durante esta misma etapa la música electrónica se diversificó en una multitud de artistas, sellos y géneros que fueron desde el house hasta el global bass, pasando por el hip hop, el avant garde y el vaporwave. Al otro lado del espectro musical, la canción popular urbana de raíz tradicional pasó un momento de efervescencia de la mano de artistas que buscaron renovar el género, aunque este interés parece haberse diluido durante el cambio de década.
Para dar cuenta de estas tendencias, y de la forma en que reconfiguraron la música popular urbana en el Perú, presento un desarrollo cronológico, abordando los cinco años más recientes de forma individual y señalando el momento en que estos nuevos géneros y estilos aparecieron o alcanzaron su momento de mayor notoriedad. Al final del artículo se ofrece un apéndice con cinco discos del periodo que no encajan dentro de las corrientes mencionadas, pero que merecen ser destacados por su excelencia musical.
En 2016, bajo el lúdico y naif título de Nunca un helado me había causado tantos problemas, el sello Faro Discos lanzó un casete con las bandas que redefinirían el curso del indie rock en la segunda mitad de los años diez: Los Zapping, Dan Dan Dero, Almirante Ackbar, Juan Gris, Serto Mercurio, Mundaka y Submarino. A diferencia de la primera promoción del indie rock local –Electro-Z, Catervas, Rayobac– estas bandas se alejaron de las texturas creadas por pedales de efectos y apelaron a una instrumentación transparente y despojada, cuya simplicidad fue equilibrada con una sólida y compleja sección rítmica que le añadió un penetrante trasfondo a la aparente ingenuidad de las letras de sus canciones. Hacia el final de la década la estética expuesta por estas bandas se volvió dominante en la escena del indie rock local.
En 2017 Necio Records terminó por asumir el rol de la casa discográfica de las bandas peruanas de stoner rock, un género donde el rock pesado muestra su lado más psicodélico y cósmico sin perder un ápice de su fuerza y majestuosidad. Este fue el año en que los lanzamientos de Necio proliferaron y acabaron por darle solidez a un catálogo que, hasta el día de hoy, no deja de crecer.
2017 también fue un año importante para una nueva generación de autores de canciones populares urbanas de raíz tradicional: Alejandro y María Laura, Manuel Vera Tudela, La Lá. Estos artistas, a diferencia de sus pares rockeros, no presentaron sus álbumes en un circuito de pubs y bares sino en auditorios y centros culturales, el tipo de escenario donde se impone la audición silenciosa y atenta que requiere la interpretación de este género que busca conmover y hacer reflexionar a sus oyentes.
2018 fue el año en que el sello Chip Musik publicó la recopilación Vaporwave Perú, que reunió a once artistas peruanos dedicados a la práctica de este género de música electrónica en el que piezas sonoras del pasado –canciones, diálogos de películas, publicidad televisiva– se transfiguran digitalmente para obtener una apariencia defectuosa y fantasmal. La recopilación incluye tres canciones de Miyagi Pitcher, alias de Alexander Fabián, fundador de este sello que también merece atención por haber editado gran parte de la electrónica experimental hecha en el Perú durante la década pasada.
En 2018 también se editó la recopilación Tumi 1. Música Electrónica Popular del Perú Mmxxviii, donde se reunieron algunos de los más representativos nombres de la escena local de synthpop, synthwave y techno: Operacional, Dante González, Autobahn 303, entre otros. La aparición de discos de Blue Velvet, Juan Nolag y Dante González contribuyeron a hacer del 2018 uno de los años más pródigos para la música de sintetizadores en el Perú.
Tras convertirse en uno de los géneros dominantes del mainstream el reggaetón extendió su influencia sobre diversos artistas peruanos que se apropiaron de su ritmo característico –el dembow – para acercarse a su sonoridad y también, por qué no, a su popularidad. En el circuito del rock Turbopótamos y Tourista estructuraron sus canciones alrededor de este ritmo tal como lo hicieron, en el circuito de pop comercial, Wendy Sulca y especialmente Leslie Shaw, quien logró ingresar al Top 100 de la FM local con su canción “Faldita”, convirtiéndose en la única artista peruana del periodo en ingresar al mainstream valiéndose de un género pop transnacional.
Este fue el año en que el chillwave –como el vaporwave, otro modelo de excavación de sonidos mainstream de los ochenta– ejerció, junto con el R&B contemporáneo, una importante influencia sobre una nueva generación de músicos alternativos dedicados al pop. Sebastián Gereda, Somontano, Los Niños Vudú, Diego Trip y Fernanda Perochena editaron discos y canciones que –bajo la etiqueta bedroom pop– lucieron un barniz de R&B nostálgico de la era post disco con el que articularon, de forma díscola, sensual y frívola, las pulsiones eróticas de la juventud local.
Aunque no formaron parte de las tendencias señaladas estos discos destacaron por ofrecer una respuesta sobresaliente a los retos impuestos por las tendencias globales de la música popular contemporánea en el periodo 2016-2020.
El álbum debut de Menores destaca por la habilidad con que sitúa voces provenientes del hip hop sobre pistas que se nutren de distintas tradiciones de la música electrónica –IDM y dub en “Tierra de Nadie”, drum and bass y footwork en “Oro”, dubstep en “Serpiente blanca”– para luego enmarcarlas con sutileza en un contexto pop.
Siguiendo la senda abierta por Jon Hassell y el concepto de Fourth World Music, Rozas instancia la utopía de un mundo musical posible donde la experimentación y la etnografía se fusionan libremente para sintetizar una multitud de culturas musicales –modernas y tradicionales, acústicas y eléctricas, reales e imaginarias– y así inventar nuevos territorios musicales que explorar.
Algunos de los más talentosos productores de la escena local –Tribilin Sound, Deltatron, Shushupe, Quechuaboi– se valen de las sonoridades y procedimientos de la música electrónica para reinventar ritmos afroperuanos tradicionales con un espíritu ritual y futurista.
En este disco Christian Galarreta –el músico experimental oculto bajo el seudónimo Sajjra– sintetiza diversas facetas de su carrera –el noise guitarrero, las texturas de la electrónica digital, las grabaciones de campo en las fiestas comunales de la sierra– para inaugurar un nuevo horizonte musical donde los ritmos de diversas músicas populares –el rock, el huayno– se transfiguran bajo una mirada abiertamente vanguardista.
Sofía Kourtesis combina los reverberantes bombos de la música house con los bajos subterráneos que la música electrónica de baile tomó prestados del dub y matiza la mezcla valiéndose de bleeps, desencajadas tríadas en el piano y una cuidada selección de samples –tomados de películas, canciones de The Supremes y clásicos rave– con los que añade capas históricas y emocionales a este disco diseñado tanto para la pista de baile como para los audífonos.